De botellas vacías

Te escribo con la duda de si recuerdas nuestras platicas, me persigue la gran incógnita que me aplasta: ¿qué hubiera pasado si hubiera tenido el valor?. Lo dijiste muy claro: al que se atreva cuando salga se las verá conmigo. Te contesté igual de claro, te quiero tanto que prefiero las consecuencia de tu rechazo permanente a perderte por el alcohol.

La idea era llevarte a una clínica de rehabilitación, estuve cerca pero no lo hice, recuerdo aquella noche, te di de beber tanto como pude, te puse música, tu música, y llamé a M, no tuve el valor de hacerlo, las dudas de todos me contagiaron y te llevamos al hospital. En ese lugar tan blanco, con olor a cloro y desinfectante que me provoca este dolor en el estómago por tan malos recuerdos, dijeron que no tenías ningún síntoma grave para aceptarte, maldita sea. Maldita sea. Los dos sabemos cómo terminó esa historia, a mí me dejó vacío y en escombros, a ti te dejó sin la vida que merecías seguir viviendo.

Como siempre comencé contando otra historia para decirte lo que haré: voy a internar a M, dónde quiera que estés, sé que me lees, sé que me escuchas, ayudalo a que se aleje de tu lado oscuro (que aún maldigo), a que se cobije en tu ejemplo de trabajo y esfuerzo, ayúdame a mí también porque es muy fácil engancharse al alcohol y a las botellas vacías.

Mientras vuelo

El sentimiento siempre me aborda en el aire. Lloro con frecuencia mientras todos duermen.

Mientras vuelo, respiro profundo, cierro los ojos y pienso en todas esas veces que terminé hecho pedazos, destrozado, tan solo y lleno de dudas.

Abrazo mis cicatrices, es tan fácil regresar a esos momentos, revivirlos. Me detengo. Lloro.

Soy yo, una colección de fracasos absolutos que nunca fueron permanentes.

Siete años

Un cielo azul que no corresponde con la sensación que aprieta el pecho, las ganas de llorar mientras amanece. Este olor tan particular de la iglesia que me transporta a la solemnidad del luto. No estás. No estás. Siete años. Mi espalda ha estado rota por cinco meses pero hoy al fin puedo darte otra vez el pase del gane, el balón filtrado que nos haga ganar el partidito de fútbol otra vez.

Que el sol salga otra vez, que nuestras risas se combinen, que estés aquí.
Pero no.
No.
Así es la vida.

Me tengo que ir. Él me espera, vine a verte, a visitarte, pero llora por el teléfono, es tarde para verme, está desesperado porque vaya por él, porque hagamos cosas, porque juguemos fútbol, por meter un gol, por abrazarme mientras lo festeja, porque sabe cómo tú que hay que vivir.

Estoy por ti.

Un año y diecisiete días. Cincuenta y cuatro semanas y cinco días. Trescientos ochenta y tres días.

¿Me lees?
No es un secreto que estuve muerto. Fracasar nunca estuvo en mi cabeza. No fue mi intención. Espero que si un día lees esto comprendas que lo que ocurrió no tuvo nada que ver contigo, eres lo que más amo en la vida, hice de TODO para que las cosas funcionaran, pero a veces el agua y el aceite por más intentos que se hagan no se mezclan y terminan por separarse. Confieso que me fui, es verdad, no me corrieron, me corrí solo. Aunque no fue solo mi error, la búsqueda de paz nos lleva a asumir culpas ajenas, analizando las propias solo me quedó trabajar, a pesar de que sigo equivocándome, me gusta creer que al menos ahora enfrento a ese monstruo que me habita con la única idea de ponerme a vivir y estar ahí para ti.

¿Sigues leyendo?
Qué caso tiene que emplees tu tiempo en un asunto tan frívolo y vano como la perspectiva de mi último año. Ahora estoy fragmentado, escribiendo sobre las circunstancias, queriendo contener el llanto, experimentando otra vez melancolía en medio de la madrugada, evitando estar ausente. He llorado intentando comprender qué había ocurrido, no hubo respuesta, tú no las busques, no es algo que tenga que ver contigo, te lo juro.

Volví. Volví. Volví.
Estuve muerto, pero me revivió verte reír, escuchar tus primeras palabras, tus abrazos de oso, pero sobre todo ese ritmo que tienes para bailar y conducir el balón. No sé que siga, tal vez ya te hayan dicho que vengo del futuro, pero cuando se trata de mí nunca sé. Me mantengo en el presente, solo sé moverme, ver amanecer, sentir el aire al correr, escribir, leer, soñar, amarte. Esto nunca falla. Nunca. Solo puedo prometerte algo, siempre, siempre, siempre, siempre, siempre puedes contar conmigo, ahí estaré, hasta que un día ya no me necesites. Te amo, aunque no lo leas, siempre te leo, aunque no estés conmigo, siempre estás conmigo, aunque no me veas, siempre te veo, aunque no lo sepas a dondequiera que voy me acompañas porque vives en mi corazón (músculo bombeador de sangre que posibilita la vida) pero sobre todo en mi cabeza (creador de las ideas más geniales pero sobre todo de los sentimientos más puros como amarte).

Te diré más de una vez que estoy aquí para ti, con la verdad brotando de mis dedos en este momento es oportuno escribirte que en realidad estoy por ti. Gracias.

estar

Entonces no es un domingo como cualquier otro
a las ocho de la noche en el centro de tus pensamientos
con la idea compartida mutuamente:
estar por estar para estar
sin motivo
pero significar.

aquí intervengo y contesto,
uno: es verdad,
dos: aquí y allá siento lo mismo,
tres: me preocupa más el tiempo,
cuatro: me pueden desquiciar si no hay motivo.

Aún en este mundo es posible creer,
cualquiera puede escribir esto,
sin embargo
debido al absoluto silencio que trae la distancia
al evitar que las cosas ocurran
te preguntas si tiene sentido que sepa que me quieres
lo leo, tus intenciones ya son mías
aquí, allá, dónde sea, pero ahora
estar por estar para estar

¿Qué importa?

Este estado no lo desconozco, estoy frente a ti, tu mirada y tu sonrisa… tu esencia, te miro y los ojos se me llenan de ese extraño destello. Lo sabes, sé que lo sabes, me atraes, quiero encontrarte, escucharte, contarte. Aunque estoy pasando días, semanas, meses muy perdido alejándome de todo, esta vez no hubo poder humano que me detuviera y me impidiera verte. Ni mi racionalidad pudo contra este vuelco.

Es jueves, un día que estadísticamente me trae malos recuerdos, pero aquí estoy, ojalá lo notes: contigo. Para ti es el momento de la decisión y me pregunto por qué, el helado me acerca a ti mientras me descubro entregándote mis letras.

Ambigüedad o realidad.
Acabar o iniciar.
Huir o quedarse.
Soñar o planear.

¿Qué importa?

Cualquier camino será el correcto.
Como cuando tú y yo en medio de la calle nos miramos e impulsamos el deseo con decisión, hasta encontrar la fuerza en los suaves movimientos de tus besos.

La vida nos sucede en instantes: la muerte, la ausencia, la felicidad, la soledad, el amor.

Ya solo quiero besarte.

Ajar y debatir

Tengo el estómago delicado, ella no comprende que la espera me desespera, me revuelve el buche, supongo que me hace esperar deliberadamente. Al fin aparece con su sonrisa de siempre mientras saluda invitando a pasar como cada quince días durante los últimos ocho meses. Sonrío mientras subo, pero esta vez las escaleras parecen más inclinadas, peligrosas, dispuestas a verme caer, los escalones son pequeños, me inquieta la posibilidad de estar soñando, entro al consultorio sentándome lentamente en el sillón, respiro, abro los ojos, siento el aire que entra por la ventana, no estoy dormido.

Mirna me conoce desde hace dos años, me ha analizado más de una vez, me enfrenta directamente con mis contradictorias ideas sin rodeos, la sesión transcurre como siempre, hasta que veo por la ventana una paloma que pasa volando, a pesar de que mi mirada regresa a sus ojos, imagino a dónde va la paloma, cómo envejece, lo qué hace la contaminación a sus pequeños pulmones, tal vez las flores ya no tienen aroma, escucho a lo lejos la idea que Mirna intenta hacerme entender, ante la vida los seres tomamos tres posturas: atacar, huir o quedarnos paralizados. Me precipito hacía lo que dice, recuerdo que solía moverme la pasión, velocidad, velocidad, velocidad, disfrutaba hacer de todo, ahora estoy entumecido, lento, voy a otro ritmo, como si moverme fuera una decision que no me pertenece.

Por las mañanas, me siento cansado, la idea de levantarme temprano a correr es solo una intención, no puedo, aunque duerma temprano, pese a que quiero ver amanecer, la voluntad no tiene la misma fuerza del deseo. Expongo que es una cuestión de edad, argumenta que envejecer nos es equivalente a debilidad y cansancio. La miro fijamente, mi vida ha sido intensa, mi cuerpo siempre ha dado todo, exprimí mi juventud lo más que pude, ahora de vez en cuando duermo, tal vez sea normal trabajar y dormir ocho horas al día, descansar los fines de semana y estar lejos del estrés. Lamento que no lo notará antes pero no soy normal. En vez de eso únicamente menciono algo tangible: el INEGI dice que a los treinta años se acabo la juventud.

Mi cuerpo se ha ajado por la vida, consecuencias inevitables.

El invierno se va

Hace dos mil ciento treinta seis horas no entendía exactamente lo que sucedía, mi papá pasó más de tres semanas convenciéndome con una idea: «hay que vivir». Sentía enojo, demasiada furia, tristeza, dolor, un enorme vacío mezclado con soledad porque para mí, él era muy joven para morir.

Retomo las ideas, lo veo ahí diciendo todo en cámara lenta por si me pierdo, revivo el momento, veo como mi frustración sumada a mi inexperiencia nubla mis pensamientos y me hace ignorar el consejo: «ya vivi, vive tu vida, no vive quién vive más tiempo, sino quien sabe vivir».

Estoy escribiendo esto mientras las risas de mi hijo suenan, está feliz, está feliz, está feliz. Entonces no puedo evitar recordar cuando mi papá me llevaba a la escuela, caminábamos cantando, jugando, memorizando, repitiendo otra idea: mi nombre, mi dirección, mi teléfono, el camino de regreso, el nombre de mis papás. Siempre me estaba enseñando a aprender.

¡Que se vaya a la mierda la muerte! Aunque siempre ocurrirá, no tiene nada que hacer ante la vida. En mis recuerdos están esas mañanas en las que siendo niño entraba corriendo a su cuarto, subía a su cama, me lanzaba al aire y volaba para aterrizar en sus brazos. Simple, volaba, vivía, no se necesita más.

El día que murió me quedé sin palabras solo supe decirle «Gracias por todo papá». En estos días el invierno se va y me convence de que hay que vivir.

[ Nunca ] ó [ Siempre ]

Nunca nunca nunca nunca nunca podremos hacer nada para cambiar las circunstancias.

Siempre siempre siempre siempre siempre podemos elegir nuestra actitud. Es nuestra última libertad.

Siempre hay ese pequeño espacio donde decidimos nuestra actitud y como afrontamos las circunstancias. Y eso es lo que separa a los cracks de los mediocres.

Por eso cada instante nos acerca a la grandeza o un poquito más a la mediocridad. Y el único objetivo que tiene esta vida es sumar instantes fantásticos, luchar cada día para ser la mejor persona que tú puedes llegar a ser en los ámbitos que te han tocado, y que al final, cuando alguien vea el recorrido de tu vida, aquello sea una obra de arte y te reciban haciéndote un pasillo y digan: «Olé, Olé y Olé».

Victor Küppers

¿Y si me lees?