De botellas vacías

Te escribo con la duda de si recuerdas nuestras platicas, me persigue la gran incógnita que me aplasta: ¿qué hubiera pasado si hubiera tenido el valor?. Lo dijiste muy claro: al que se atreva cuando salga se las verá conmigo. Te contesté igual de claro, te quiero tanto que prefiero las consecuencia de tu rechazo permanente a perderte por el alcohol.

La idea era llevarte a una clínica de rehabilitación, estuve cerca pero no lo hice, recuerdo aquella noche, te di de beber tanto como pude, te puse música, tu música, y llamé a M, no tuve el valor de hacerlo, las dudas de todos me contagiaron y te llevamos al hospital. En ese lugar tan blanco, con olor a cloro y desinfectante que me provoca este dolor en el estómago por tan malos recuerdos, dijeron que no tenías ningún síntoma grave para aceptarte, maldita sea. Maldita sea. Los dos sabemos cómo terminó esa historia, a mí me dejó vacío y en escombros, a ti te dejó sin la vida que merecías seguir viviendo.

Como siempre comencé contando otra historia para decirte lo que haré: voy a internar a M, dónde quiera que estés, sé que me lees, sé que me escuchas, ayudalo a que se aleje de tu lado oscuro (que aún maldigo), a que se cobije en tu ejemplo de trabajo y esfuerzo, ayúdame a mí también porque es muy fácil engancharse al alcohol y a las botellas vacías.