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Mil ochocientos veintiséis días atrás

2cm / 2 meses con 6 dias
09/07/07

No hay fotos, los momentos malos no se guardan, aunque se quedan.

Desilusión y tristeza nos ocurrió mientras ‘el tiempo de las cerezas’ nos encontraba. Tan inocente creía en los milagros, la esperanza era mi camino hasta que agotado noté todo igual pero tan cambiado. Dicen repetidamente, como si fuera una epidemia, que lo que nos aplasta nos ayuda a madurar, pues bien, me ha pasado todo y sigo esperando.

«Le falta vitalidad, pero no se preocupen son cosas que pasan, con el suplemento y el reposo todo va a estar bien»
24/07/07

El recuerdo es nítido: la tristeza del doctor, la desesperación de un milagro que no llegó, la búsqueda de luz en medio de una tarde lluviosa, el deseo de que las pruebas fueran todas un error; tu llanto desde el baño comunicando el final, provocando mis ganas de despertar de un mal sueño. La noche en el hospital platicamos en medio de las sombras, olvidamos los milagros juntos.

Dijo: «No escucho el corazón» y el nuestro se rompió…
01/08/07

Deja de soñar, me pedían, pon los pies en la tierra o te vas a caer, aseguraron.
Sus profecías me alcanzaron: dejé de soñar muchos meses, sin noción del tiempo perdí las ganas de salir de la cama… caí.

Tan pequeño como un Dios

¿Sufrir o huir?
La materia aguanta poco cuando el tiempo se desperdicia llenando habitaciones con angustias.
Me miran corazones deseosos. ¡Están corriendo! Corren porque creen que pueden alcanzar aquella meta de un inicio lejano que nunca puede empezar.

Nadie sabe amar, sí y no. Sabemos amarnos y no amar a los demás; o amar a los demás sin amarnos. No podemos satisfacernos, nos visita el mismo pasajero convirtiendo la razón en una tormenta frente a un huracán.

Mi locura se encuentra con mi tranquilidad, juega conmigo, me invita a olvidar, a no creer. Me reta a que no me duela encontrarme en la mirada del hombre del espejo. Esto no es un doloroso pensamiento, es sólo un fragmento pequeño, muy pequeño, de un adoquín azul, culpable de todas las enfermedades del alma.

No sé por qué tanto seguir, hoy me volveré agosto esperando que se vaya mayo.

Instantes respirados

Estoy como vacío.
Quisier hablar, hablar, pero no puedo
no puedo ya conmigo.
[…] Dueña de la esperanza,
paloma del principio,
recógeme los ojos,
levántame del grito.

La Caída – Jaime Sabines

En noches como está, o tal vez madrugadas, las luces se llevan las palabras aunque tenga la cabeza llena de letras.

Respuestas sin tiempo, cualquier problema que pueda existir comparado con la realidad es insignificante, cajas que se abren, carreteras de noche, sueños de diez minutos que en realidad duran treinta, parpadeo que refleja la desdicha de tu día, sol agotador, agua que desconcierta, canciones que sanan, manifestaciones que cierran calles, pizarrones blancos, escaleras que arden, polvo por todos lados, tu sudor te arrastra, tu dolor divisa lo que no quieres ser aunque te quedes en el mismo lugar.

Te escribo sin escribirte porque no lo sabes, tu nombre apareció en mi cabeza y después en mi teléfono, un mal presentimiento, el impulso de marcarte, una llamada sin contestar, una inyección que no dolió, una sensación por saber de ti que se convirtió en mal presentimiento, cinco, cuatro, un tubo que no encuentro, un vaso que no se llena, un mensaje tuyo de hace cuatro horas que sólo dice «Hugo», todo está pasando, atajos que nos pierden, una metamorfosis que te permite hablarme sin llamarme.

Eres más que mi sangre, me alejaste del costal de mentiras con forma de mujer que me seducía, que volará como antes me dijiste, como ahora, me creías todo, me confiabas todo, eres más que mi sangre por eso te busco, y aunque ya no te encuentro estoy contigo.

Un agosto como tantos

Hay un momento de mi vida del cual a nadie le hablo, ni siquiera a ella que lo vivió conmigo. No es que lo olvide, no es que no lo sienta, sino que pocas veces encuentro las palabras, no es tan fácil, no lo es.

Esas palabras me encontraron hoy sin querer, entre tanta prisa, para variar leía mientras corría, pero al menos esta vez descubría que alguien escribió mucho años atrás las palabras que tantas ganas tenía de escribir, no son mías ni lo serán porque son de Jaime Sabines:

A media noche

A medianoche, a punto de terminar agosto, pienso con tristeza en las hojas que caen de los calendarios incesantemente. Me siento el árbol de los calendarios.

Cada día, hijo mío, que se va para siempre, me deja preguntándome: si es huérfano el que pierde un padre, si es viudo el que ha perdido la esposa, ¿cómo se llama el que pierde un hijo?, ¿cómo, el que pierde el tiempo? Y si yo mismo soy el tiempo, ¿cómo he de llamarme, si me pierdo a mí mismo?

El día y la noche, no el lunes ni el martes, ni agosto ni septiembre; el día y la noche son la única medida de nuestra duración. Existir es durar, abrir los ojos y cerrarlos.

A estas horas, todas las noches, para siempre, yo soy el que ha perdido el día. (Aunque sienta que, igual que sube la fruta por las ramas del durazno, está subiendo, en el corazón de estas horas, el amanecer.)

Sí, existir es durar, abrir los ojos y cerrarlos. Fue un agosto, como tantos otros.

El sonido del recuerdo

Escucho y me doy cuenta que ya no soy de este mundo.

Hace mucho algo cambió, no es una cuestión de tiempo, son las sonrisas pasadas que ya nunca están, las pocas horas de sueño que marcan que todo es real. Estuve al otro lado de esta vida contigo la noche de Navidad, tu voz me guiaba, tu mano apretando mi mano mientras me saludaba, no podía recibir mejor regalo, tu sonrisa sigue en mi cabeza sonando.

Todo está a favor y aún así llegan las lágrimas. Respiro hondo, se van todas las ideas, suspiro. Acepto que ya no estés, lo que no acepto es tu final, una injusticia para una historia tan grande como la tuya. Suspiro. Recuerdo.