Un agosto como tantos

Hay un momento de mi vida del cual a nadie le hablo, ni siquiera a ella que lo vivió conmigo. No es que lo olvide, no es que no lo sienta, sino que pocas veces encuentro las palabras, no es tan fácil, no lo es.

Esas palabras me encontraron hoy sin querer, entre tanta prisa, para variar leía mientras corría, pero al menos esta vez descubría que alguien escribió mucho años atrás las palabras que tantas ganas tenía de escribir, no son mías ni lo serán porque son de Jaime Sabines:

A media noche

A medianoche, a punto de terminar agosto, pienso con tristeza en las hojas que caen de los calendarios incesantemente. Me siento el árbol de los calendarios.

Cada día, hijo mío, que se va para siempre, me deja preguntándome: si es huérfano el que pierde un padre, si es viudo el que ha perdido la esposa, ¿cómo se llama el que pierde un hijo?, ¿cómo, el que pierde el tiempo? Y si yo mismo soy el tiempo, ¿cómo he de llamarme, si me pierdo a mí mismo?

El día y la noche, no el lunes ni el martes, ni agosto ni septiembre; el día y la noche son la única medida de nuestra duración. Existir es durar, abrir los ojos y cerrarlos.

A estas horas, todas las noches, para siempre, yo soy el que ha perdido el día. (Aunque sienta que, igual que sube la fruta por las ramas del durazno, está subiendo, en el corazón de estas horas, el amanecer.)

Sí, existir es durar, abrir los ojos y cerrarlos. Fue un agosto, como tantos otros.